Cuento del Pecado

 Tenía la mano empapada en sudor, la cara roja, como cuando en el aula del colegio me sentaba al lado de la estufa. Más allá de la calefacción del lugar, y las capas de ropa que tenía encima, no me sentía lo más cómoda después de haber hecho lo que hice, no es que sea mala persona, o al menos me queda mucho para averiguarlo.

Al lado mío está mi mamá, si se entera de lo que acababa de hacer me mata, aunque no creo que sea la única que lo haría en ese caso.

Hace un rato que pasamos la góndola de las golosinas, siempre fantaseé con el momento de poder agarrar un alfajor, el más caro, el que más me gustaba, aunque si le insistía a mamá que me lo comprase, iba a hacerlo, pero, no se trataba sobre eso, no es la misma satisfacción que llevarmelo por mi cuenta, como en una especie de azaña, que vuelve el ir al supermercado una aventura llena de adrenalina, algo fuera de mi rutina. Es como un juego, agarro el objetivo y traspaso obstáculos, el que no me descubran.

Hoy en todos los pasillos está lleno de gente grande, no hay familias, mamá me dijo que muchas veces en el mismo lugar a veces había personas que la empresa pagaba sólo para actuar de clientes y observar a los clientes reales para que no se roben nada, tenía todo el sentido del mundo, más cuando empecé a sentir los ojos de todos a mi alrededor. Apenas giraba la cabeza y sentía que el hombre o mujer más cercano a mí, que me había estado viendo, pero cómo saber si es que realmente me vio hacerlo o sólo sospechaba de que iba a hacerlo, en ese momento me pegué a mi mamá, lo sentía como una especie de protección.

Luego de haber atravesado la góndola de las legumbres de la mano de mi acompañante, sentí como un hombre de mediana edad que estaba en la vinoteca reojeaba a mi mamá como si la juzgara por haber criado a una delincuente. Era tarde para retroceder con el plan, pero a la vez que podía hacer, lo importante era que ella no se diera cuenta. Seguimos nuestro camino para la caja, y para cuando estábamos en la fila para que nos asignaran una, el anterior hombre con una botella en la mano fue a hablar con uno de los empleados, seguramente para delatarme, en eso justo nos tocaba avanzar para ir a una caja, caminé rápido, más que mi mamá y comencé a colocar los productos lo más rápido posible.

-¿Estás apurada? calmate que vas a romper algo-me dice mamá

-Es que ya quiero llegar a casa que está por empezar la serie que me gusta- le digo pronunciando una sonrisa lo suficientemente forzada como para que mi mamá me viera extrañada.

Cuando vuelvo la mirada para ver al hombre, ni éste ni el empleado estaban ¿Se habrán ido para notificar a los de seguridad? ¿No me dejarían salir? ¿No dejarían que mi mamá pague lo que íbamos a consumir durante toda la semana? ¿Nos prohibirían la entrada al super por el resto de mi vida? ¿Se lo informarían a otros lugares? Locales, otros supermercados, shoppings ¿Aparecerá mi cara en una foto bajo la leyenda de buscada? ¿No podría entrar nunca más a ninguna parte para comprar nada? ¿A mi familia tampoco? En ese caso nos moriríamos de hambre, estaríamos excluidos. Qué tragedia.

A medida que iba pensando esas variables dejo de ayudar en poner los productos ya escaneados en bolsas. Estoy quieta arrepintiendome de lo que había hecho.

-¿Qué pasa, ya no querés ver la tele?- me dice mi mamá. Yo no respondo nada, me limito a verla.

-Serían 1390 pesos- le indica la cajera.

Ya está, estábamos por librarnos, sólo tenía que entregarle el efectivo que estaba contando mi mamá para irnos, sin embargo se estaba volviendo la acción más lenta y densa que experimenté hasta el momento.
En eso, vuelve a aparecer, el hombre con el empleado que organizaba a la gente en las cajas más otro muchacho robusto altísimo que seguro sería quien me sentenciaria de por vida. "Este es mi fin", pensé.

-Es ese chico, vi como se robaba cosas y las metía en su mochila, se hace el que va a pagar una gaseosa- dice el hombre de mediana edad casi gritando y señalando a un chico de veinti tantos esperando en la fila a un par de grupos de personas por detrás nuestro.

-Necesito que me acompañe joven- Le dice el hombre de seguridad al chico. Mi mamá voltea a la vez que le da el efectivo a la cajera.

La ayudo con las bolsas y nos vamos a paso más acelerado, ahora es mi mamá que se quiere ir rápido. "Zafé", pensé.

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